domingo, 5 de diciembre de 2010

Eeman.-

- Obligaron al hombre a estar solo. Eeman era así, los ciudadanos, solo podían estar solos en la intimidad, si querías estar verdaderamente solo, no tenías que casarte ni tener hijos. En cuanto dos personas empezaban a interactuar, los censores detectaban y los radares transmitían. ¿A dónde transmitían, querrás saber... al complejo más inmenso e inhumano que existía. Recibían todas las imágenes e impresiones del planeta Eeman. Imagen que era clasificada y archivada en grado de importancia. Una suerte de Deus Ex Machina, que se proyectaba en cada Estado, pero que a fin de cuentas era el mismo. Así era nuestra realidad.
- ¿Y que hizo, viejo?
El viejo esperaba esa pregunta desde que había empezado su relato. Sonrió, satisfecho, casi teatralmente y prendió un cigarrillo.
- Me escapé. Mirá nene, en Eeman no era muy difícil reconocer a la gente bien de la gilada. En Eeman, de hecho, existían tres clases de personas: aquellos que creían ser felices, aquellos que no lo eran pero que tampoco se animaban a intentarlo y la gente como yo. Muy pocos escapamos de Eeman, debo decir. Usabamos perros para comunicarnos, primero los amaestramos. Ya que los comunicadores, pantallas, todo estaba intervenido. La vida privada era sagrada.
- Espere, espere, ¿cómo se pusieron de acuerdo entre todos para adiestrar... “perros mensajeros”?
- Cómo te decía, no era difícil de entender. En Eeman, toda la gente tenía miedo, miedo de ser agarrada en alguna falta. El sistema penal de Eeman era sumamente severo. Cualquier delito, estaba penado con sacarte de la vida que tenías y ponerte en una peor, con el aditamento que no fingir ser feliz, estaba penado con la muerte.
- Pero... ¿les daban drogas?! Digo, para poder mantener la charada hasta que podían tener un momento de soledad... ¿o si lloraban los censores se encendían?
El viejo volvió a sonreír, nada se sentía mejor que un interlocutor competente.
- Cómo te dije, en Eeman había un gran respeto por la intimidad. Había un principio de reserva, una esfera de libertad muy grande. A veces creo, que en realidad todos vivíamos haciéndonos señas. Se hacía uso en un muy alto grado, del lenguaje corporal. Recuerdo que descubrí la manera de comunicarme con otra persona, una tarde paseando a mi perro. Tenía un vecino a cinco cuadras, que sacaba a su labrador a la misma hora que yo. Hablábamos siempre del clima, hasta que una tarde la conversación se hizo insostenible, estábamos los dos nerviosos, los dos sentíamos lo mismo, la asfixia. Empezamos a buscar formas alternativas para darnos a entender. Un día su perro llegó a mi casa con una nota... No nos drogaban, Eeman era un planeta con una visión de moralidad y buenas costumbres sacada de la Prehistoria. Sin embargo, la historia de mi huída de Eeman está muy lejos de ser una historia de James Bond.
- ¿Quién es James Bond?
- Nadie, no importa. Huímos cada uno por su lado, en varios cargueros mercantes. Así dejamos el planeta, muchacho. ¿Pensás que nos buscaron? No lo hicieron, fingieron que nunca habíamos existido.
- ¿En serio?
- Por miedo a lo que nos podía haber pasado. Por miedo a que hubiéramos sido “chupados” por el sistema. Nadie hizo preguntas. Y ninguno de nosotros JAMÁS volvió.
- ¿Y cómo supo esto si nunca más volvió?
- Me lo contaron otros ex ciudadanos que escaparon tiempo después. Me declaro un hombre libre.
- ¡Pero por supuesto! ¿Entonces que hizo? Me imagino que finalmente pudo tener la vida que siempre soñó sin ser vigilado... no llegó acá, a esta calle, y solo... vivió su libertad antes de terminar en esta calle...
- Sí. Me quedé en esta calle, descansando, observando. Con mi pasado, no soporto mucho la presión... Hace veinte años que estoy aquí, y nunca me canso del sol. Ni del amanecer, ni del atardecer. Ni siquiera de ese edificio.
- Pero viejo, ¿de qué vive? ¿cómo se alimenta?
El viejo negó con la cabeza, con una mueca de desprecio divertido en su cara, pidió silencio.
- Me alimentan los vecinos, me abrigan los diarios, y me atiendo una vez al año en el Hospital Público que está a tres cuadras de acá. Qué por cierto, es un hospital bastante pintoresco. Soy dueño de mi tiempo, incluso en la calle, todos me ignoran. Es lo único que me importa.
Me lo quedé mirando unos segundos sorprendido. O me había topado con el vagabundo más cínico que jamás había visto, o decía la verdad.Me despedí amigablemente, no necesitaba saber la verdad, demasiado complicado, con la historia me bastaba.

Derretirse sin pedir perdón pero pidiéndolo si hay que hacerlo. Flotar y dar, sin parar. Dormir parado. Hacer silencio y luego hablar. Ser como olas abrazándolo todo. No vanagloriarse de lo hecho (porque si se lo hace, nunca será suficiente). Brotar y seguir haciéndolo. Lamer el camino y luego caminarlo. Seguir de largo. Sin parar, derecho hasta el fondo, derechito, hasta la muerte.